Fallece Fernández Retamar
Roberto Fernández Retamar dejó este mundo el sábado 20 de julio. Este amigo de nuestra Fundación se nos fue en el día de la amistad, con 89 años. Falleció siendo Director de Casa de las Américas de Cuba.
Era Doctor en Filosofía y Letras (1954) y en Ciencias Filológicas (1985) de la Universidad de La Habana, donde fue designado Profesor Emérito. Fundó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y la Revista Unión en 1962. En 1977 fue consagrado con el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío por Juana y otros poemas personales. Fue designado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sofía, Bulgaria en 1988 y por la Universidad de Buenos Aires en 1993.
Visitó Bahía Blanca en ocasión del Primer Congreso Internacional sobre la vida y la obra de Ezequiel Martínez Estrada en setiembre de 1993. El municipio, en la persona del intendente Jaime Linares, lo declaró Visitante Ilustre de nuestra ciudad, en el acto de apertura del Congreso.
Él aportó al convivio su lucidez, calidez y simpatía en compañía de su esposa la poeta, Dra. Adelaida De Juan. Así este notable poeta, ensayista y comprometido revolucionario, vino a la casa de su amigo Ezequiel. Lo había conocido cuando Don Ezequiel estuvo en Cuba con su esposa y los matrimonios se hicieron muy amigos.
Su extensa y fructífera vida intelectual, cívica y de hombre de familia se prodigó en hijos, nietos, libros; en logros intelectuales como que Casa de las Américas se convirtiera en referente de premiación del arte continental, en música, literatura y artes plásticas. Amén de tener una activa influencia política en Cuba como miembro del Consejo de Estado y como diputado entre 1998 y 2013.
Su poesía fue amorosa, combatiente, siempre lúcida a la par de sus ensayos que alcanzaron notable trascendencia, especialmente los que se reunieron bajo el título de Todo Calibán, que incluye “Calibán revisitado”, 1986, “Calibán en esta hora de nuestra América” 1991, Calibán quinientos años más tarde” 1992 y “Calibán ante la antropofagia ,2000.
Sin duda porque era poeta, la imagen del complejo personaje de La Tempestad de Shakespeare lo atrajo desde siempre, pero el reconocía lo poético en la medida que iluminara zonas de la realidad; por eso el nombre de ese personaje se convirtió en metáfora de ese anagrama que forjó Shakespeare a partir de la palabra “caníbal”. Calibán era el salvaje que en aquella isla forjada por el poeta inglés, enfrentó a Próspero. Pero la palabra la aplica Retamar respondiendo al famoso ensayo Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, quien designó así al espíritu, que según él encarnaban los sudamericanos, en contraposición a Calibán, el salvaje, que representaba el materialismo de los norteamericanos.
Fernández Retamar revierte el concepto y dice que no, que los calibanes somos los americanos, que fuimos invadidos por los extranjeros ambiciosos como Próspero. Para él asumir nuestra condición de Calibán implicaba repensar la historia de América desde el “otro” protagonista, y para él —contrariamente a lo que pensaba Rodó— el otro protagonista de La tempestad no era Ariel, sino Próspero, el hechicero extranjero, mientras que Calibán era el rudo dueño legítimo de la isla, a quien Próspero somete.
Esta nueva lectura de La tempestad fue introducida por estudiosos ingleses como John Wain quien en El mundo vivo de Shakespeare en 1964, dirá que Calibán produce el patetismo de los pueblos explotados. Pero la repercusión que tomaron los ensayos de Fernández Retamar fue indetenible. Fue traducido al inglés por la universidad de Minnesota, con un prólogo, nada menos que de Frederic Jameson, también al francés, italiano y a otras lenguas.
Su visión poética aplicada a señalar las paradojas y dilemas de la dialéctica de la Otredad para alcanzar formas más adecuadas de autoconocimiento lo hicieron célebre en el mundo intelectual, sin descuidar su compromiso social.
Cuando su amigo Ezequiel falleció, Fernández Retamar escribió un poema “In memorian de Martínez Estrada” donde dijo este verso que bien se lo podemos aplicar a él mismo: “De usted quedan esos papeles ardientes, ese rastro de llamas”.-
Nidia Burgos